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Cosa semejante


Las exportaciones colombianas pasaron de US$57.600 millones en 2011-2014 a US$33.600 millones en 2015-16. ¿Cómo interpretar este dato?
Está haciendo alguna carrera en Colombia la siguiente media-verdad: entre 2014 y nuestros agobiados días la economía sufrió uno de los peores guacatazos de su historia. Para la muestra, un botón: mientras que las exportaciones en el período 2011-2014 promediaron US$57.600 millones anuales, entre 2015 y 2016 promediaron apenas US$33.600 millones. La historia colombiana, dicen los consternados analistas, carece de “cosa semejante”, a menos que uno se encarame al ático de la memoria y desempolve extremos aciagos como la guerra de los mil días, por allá en 1900, o la gran depresión ocurrida treinta años después.

Hasta ahí lo que es verdad, innegable, corroborable, fáctico. La segunda parte, la más interesante, se refiere a aquello de que esa verdad es “media”. Esta verdad “media”, digo yo, es una de las muchas acepciones en las que la verdad –en general– se expresa en esta posmodernidad que transitamos todos, algunos haciendo el paseíllo con más soltura que otros.

Arranco por la parte más sencilla: resulta que en materia de exportaciones lo realmente extraordinario no fue el guacatazo en sí mismo, por enorme que haya sido, sino la cumbre insólita donde fue tan contundentemente propinado. El hecho es que las exportaciones colombianas promediaron US$22.000 millones entre 2000 y 2010 y en 2017 vamos a llegar a unos $35.200 millones, si las tendencias de los primeros 7 meses se mantienen. En otras palabras, en estos 17 años las exportaciones colombianas han crecido a la bicoca de 6,9% anual, mucho más rápido de lo que ha crecido la economía en su conjunto.
De manera que una forma alternativa de narrar las cifras que estamos mirando es la siguiente. Érase una vez un país cuyas exportaciones se expandían a 6,9% anual. De pronto, muy lejos, apareció un huracán –la política hiper expansiva que se implementó en el norte a partir de 2009 y 2010 para pelear contra su crisis financiera– y ese huracán despachó diluvios torrenciales de liquidez que inundaron hasta los desiertos y despachó también ventoleras inatajables que inflaron toda suerte de activos, incluyendo los commodities. El país de marras fue, eventualmente, víctima del huracán, se inundó de una partecita de la liquidez torrencialmente despachada desde el norte y vio inflar el precio, entre otros activos, del petróleo, cuyas exportaciones pasan de promediar menos de US$7.000 millones entre 2000 y 2009, a promediar más de US$30.000 millones entre 2012 y 2014.

Y es en ese momento cuando sucede aquello del “peor guacatazo de la historia”. Repito, lo inaudito no es tanto el tamaño del golpe. Lo inaudito es la cumbre –los US$30.000 millones exportados– donde fue propinado. Y por consiguiente, la pregunta interesante no es cómo ajustar la economía a un trancazo externo que se nos tiró, ala, un equilibrio sostenible de US$30.000 millones, sino cómo devolvernos ordenadamente al equilibrio sostenible, ese sí, de unos US$15.000 millones, equilibrio que construimos con esmero desde las visionarias reformas petroleras que lideró Luis Ernesto Mejía en 2003.

Primero, hay buenas noticias. Uno, lo cierto es que los mercados nos están dando un compás de espera para orquestar e implementar las reformas necesarias: las tasas de interés no tienen cara de desesperación y la tasa de cambio, menos. Dos, el bajonazo del comercio internacional parece haber tocado fondo hace rato, cosa que ya empezamos a ver en nuestras exportaciones. Tres, hay sobre la mesa propuestas sensatas en materia de las reformas que hay que hacer y el solo hecho de que empecemos su discusión eleva el estado de ánimo.

Segundo, también hay malas noticias. El tejido social colombiano lleva años deshilvanándose y no va a ser fácil remacharlo. Será aún más difícil que siempre discutir e implementar de manera serena y constructiva una reforma tributaria, o una reforma pensional, o una reforma del ordenamiento presupuestal. Y esa dificultad exponenciada enfrenta una realidad simple e inexorable: la paciencia inversionista no es infinita y llega un momento en el que el mercado manda el mensaje más indeseable de todos: mire papito, o usted hace el ajuste, o el ajuste se lo hago yo.
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