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Para dónde va el crédito este 2017


Santiago Castro, presidente de Asobancaria y Gerardo Hernández, Superintendente Financiero

El año pasado el crédito se desaceleró con la actividad económica. Si se prolonga esa tendencia, podría perjudicar el crecimiento. ¿Cuáles son los riesgos?
Existe en general una relación directa, bastante estrecha, entre el ciclo de la actividad económica y el del crédito. Con frecuencia ambos siguen una tendencia similar. Gracias a ello, es común decir que el crédito es procíclico: se expande en los auges de la economía, se estanca en las recesiones y decrece en las depresiones.
No obstante, hay una causalidad entre el crédito y la actividad económica y esta opera en ambas direcciones. En algunos casos la variación del crédito precede a la de la actividad económica, mientras en otros acontece lo contrario.
Por lo general, el crédito tiene una gran influencia sobre la actividad económica, porque puede contribuir a apalancar la demanda agregada, si la oferta de financiación es suficiente, como en los auges de la economía; o frenarla, si su disponibilidad no es abundante, como en las depresiones, o cuando la demanda por préstamos es poca, como acontece en las recesiones.
En cualquier caso, el año pasado el saldo del crédito del sistema financiero se desaceleró de manera pronunciada, hasta casi estancarse en términos reales, como lo hicieron la demanda interna, que decreció (-1,1% anual en el tercer trimestre), y el PIB, que apenas se sostuvo (1,2% anual en el mismo periodo).
En el transcurso del año la expansión real del crédito mermó (de 8,8% a 2,3% anual en noviembre), sobre todo por el incremento cada vez menor del comercial, que es el que demandan las empresas. El saldo de esta modalidad, que representa la mayor parte (56%) del total, se contrajo en términos reales en el segundo semestre, para terminar con un pequeño descenso (-0,9% anual en noviembre). Este resultado no es extraño cuando se tiene en cuenta la caída que sufrió la inversión durante 2016, en razón de la baja demanda y la incertidumbre tributaria, junto con el mayor costo del crédito, por la postura contraccionista de la política monetaria. Según Anif, es justo este tipo de préstamos el que recoge más rápido las intenciones de la política monetaria, en razón de que en su gran mayoría (85%) son a tasas de interés variables (DTF/IBR + spread) y de corto plazo (2 años).
En contraste con el comercial, el crédito de consumo (27,5% del saldo total) aumentó un poco su ritmo de expansión real durante el año (de 5% a 6,5% anual). Este comportamiento resulta algo paradójico, al considerar que el consumo privado se desaceleró de manera notable, al tiempo que la confianza de los consumidores fue negativa durante el año, aunque tuvo una inclinación a mejorar. Sin embargo, puede explicarse porque la mayor parte de estos préstamos (88%) es a tasas de interés fijas y a plazos medios (4-6 años). Además, quizá la resiliencia del mercado laboral a la ralentización del crecimiento evitó una disminución del ingreso de los hogares, lo cual, junto con la poca sensibilidad al alza de las tasas de interés del saldo de esta modalidad, no debió acrecentar en exceso su carga financiera.
El crédito de vivienda (13,5% del total) también redujo de una manera notable su crecimiento el año pasado (de 35,1% a 6,6% anual), con lo cual aportó cada vez menos a la expansión de la cartera total.

Por último, el microcrédito casi se congeló (0,3% real anual), debido acaso a que la generación de ingresos de las pequeñas firmas y los microempresarios se resiente mucho cuando la economía se desacelera, de manera que su carga financiera se vuelve más pesada, su demanda por crédito disminuye y los estándares de otorgamiento de las instituciones financieras se vuelven más estrictos.
Es también usual que en la parte baja del ciclo económico el riesgo de crédito se incremente, sobre todo si la desaceleración del crecimiento es causada en gran medida por la política monetaria, al tiempo que la carga financiera de los hogares y las firmas se incrementa en exceso, como consecuencia de las mayores tasas de interés y la ralentización de los ingresos, por un descenso en las ventas y un incremento del desempleo. En esas condiciones, se puede acrecentar la mora en las obligaciones o desmejorar la calificación de los créditos, con lo cual la calidad de la cartera tendería a deteriorarse.
Hasta el momento el menoscabo de la calidad del crédito en el país es marginal: para la cartera total la tasa de mora aumentó de 2,9% a 3,5% en el año, mientras la riesgosa subió de 6,7% a 8%. Sin embargo, como la cartera en mora (14,7% anual) y la riesgosa (24% anual) se incrementan más rápido que la bruta (2% anual), si la expansión del crédito no repunta, su calidad continuaría desmejorando.
Por fortuna, gracias al celo de las autoridades y a la prudencia y disciplina de la banca, la cobertura de la cartera mala es holgada (140% para la vencida y 61% para la riesgosa), aunque inferior a la de un año antes (154% y 67%).
Además, quizás en el caso del crédito pueda afirmarse lo mismo que en el de la actividad económica, para la cual los más optimistas opinan que lo peor ya pasó. Con peligros no despreciables a la baja, las perspectativas para 2017 son un poco mejores de lo que fue 2016.
Las previsiones más favorables contemplan un repunte de la inversión, que debe aumentar la demanda por crédito comercial. Su reanimación provendrá de un mayor flujo de inversión extranjera al sector de minas y energía, por el repunte de los precios de las materias primas; junto con un arranque más dinámico de la construcción de la infraestructura vial por las 4G y las obras públicas regionales.
De forma complementaria, la resiliencia del mercado laboral debe contribuir a sostener la expansión del consumo y del crédito que lo financia.
Asimismo, el descenso de las tasas de largo plazo, que reflejan un menor riesgo soberano, gracias a la mejor sostenibilidad de la posición fiscal con la reforma tributaria, debe incentivar la demanda de crédito para vivienda.
Por otra parte, se tiene la esperanza de que la postura monetaria se torne estimulante, en la medida en que lo permitan la convergencia de la inflación y las expectativas a la meta del Emisor. Las menores tasas de interés contribuirían a evitar una mayor carga financiera para los hogares y las firmas. Ojalá sea posible lograrlo antes de que la demanda por crédito se estanque. En ese caso, la actividad económica sufriría un choque adverso.
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