Tasas de interés muy bajas, incluso negativas, predominan en el Norte desde hace rato. Esto ha implicado y seguirá implicando desafíos novedosos para el Sur.
por Alberto Carrasquilla
En algún momento de enero, 2015, el mundo estrenó –en Suiza– la insólita figura del deudor a 10 años que, en lugar de pagar intereses, los cobra. Esto es interesante no solo porque pone patas arriba siglos enteros de historia financiera, sino ante todo porque implica desafíos no solo para Suiza y otros países del Norte, sino también para nosotros acá en el Sur.
Lo cierto es que desde su nacimiento en 2015, la criatura no ha hecho sino crecer. Un cálculo a mano alzada, sugiere que los títulos de deuda cuyos emisores cobran intereses, valen US$13,4 billones -unas 270 veces las reservas internacionales de Colombia, para ubicarnos–.
¿Qué explicación tiene este fenómeno y cómo nos afecta? Primero, en su concepción ayudó mucho la política monetaria expansionista hasta más no poder, que va desde las compras masivas de títulos financieros de mediano y largo plazo, pagadas con emisión monetaria, hasta operaciones de crédito de corto plazo a tasas de interés negativas.
En segundo término, la política monetaria no es una madre soltera. Más o menos el 70% de todos los títulos de deuda pública emitidos en el mundo exhiben tasas de interés de 1% anual o menos, rebasando ampliamente la suma de todos los activos de todos los bancos centrales del mundo.
Las tasas de largo plazo están determinadas por la visión que, sobre el futuro, tienen compradores y vendedores de los instrumentos que cobijan. Lo usual es llamar a los compradores de títulos de largo plazo “ahorradores” y a los vendedores de estos instrumentos, “inversionistas”. Las tasas tan bajas que observamos se pueden explicar, así, por una de tres cosas: o se creció el deseo de ahorrar; o se desplomaron las ganas de invertir o sucedieron ambas cosas al interior de las empresas, los hogares y los gobiernos.
El deseo de ahorrar más que antes proviene, por ejemplo, del envejecimiento de la población que invita a la prudencia y la construcción de fondos para financiar, en un futuro cada día más cercano, la jubilación. La crisis de 2008 dejó una carga de deuda en hogares y empresas y puede llevar aún más tiempo devolver el apalancamiento a sus niveles de confort y la crisis también reveló incertidumbres que pueden haber acentuado este proceso, aún en poblaciones más jóvenes.
La falta de ganas de invertir, de otra parte, proviene de cierto pesimismo sobre la capacidad de generar utilidades futuras en un contexto percibido como más incierto y provisto de menor crecimiento económico. Hay razones empíricamente sólidas que respaldan la sensación de que habrá menos crecimiento en el futuro que en el pasado: la población trabajadora no va a crecer tanto como antes, al tiempo que sube la llamada tasa de dependencia (número de niños y viejos en relación con personas en edad de trabajar). La productividad en general está avanzando muy por debajo de lo que era el caso en el pasado, y el precio de los bienes de inversión ha estado bajando, de tal suerte que cualquiera que sea la demanda por estos bienes, el ahorro necesario para financiarlos es menor.
En síntesis, los bajísimos niveles que observamos hace rato en las tasas de interés de largo plazo del Norte son una mala noticia y revelan niveles de nerviosismo preocupantes tanto por el lado de la oferta, como por el lado de la demanda. Pero la mala noticia no se limita a las perspectivas que anuncian en el Norte; van a ser un obstáculo para el progreso en economías como la nuestra por al menos tres razones.
Primero, porque a menor crecimiento en el Norte, menores flujos de comercio internacional y más cerrada una ventana que mucho ayudó hace unos años. Segundo, porque las bajas tasas del Norte generan volatilidad en nuestros mercados financieros, a medida que los enormes excedentes de ahorro buscan afanosamente retornos, sin la serenidad requerida para la estabilidad financiera en los países del Sur. Tercero, porque comprimen los márgenes financieros en la medida en que los recursos se arbitran internacionalmente, con riesgos importantes para los balances del sistema financiero local.
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